En el año 2016 inicié mi investigación doctoral y no sabía que, paralelamente, también iniciaba un noviazgo violento. Esa experiencia marcó no solo mis trayectos vitales si no la forma de involucrarme en mi campo de estudio.
Caldeada por el reciente NiUnaMenos de aquél momento, en el año 2015 me propuse investigar qué ocurría con las familias de las víctimas de femicidio en mi provincia. Al año siguiente gané una beca doctoral del CONICET e inmediatamente inicié mi trabajo de campo; asistí a marchas y misas organizadas por las familias, también a juicios a femicidas y en cada evento observé la injusticia patriarcal.
Por la misma época mi vida personal también se transformaba, en aquél momento era una joven egresada con el privilegio de continuar mis estudios así que la independencia que me posibilitó la beca, me permitió vivir sola y sostenerme económicamente por unos años. Durante ese proceso conocí a un hombre, que con el tiempo se convertiría en padre de mi hijo y también en nuestro agresor. ¿Por qué «nuestro»? Spoiler alert: Lxs hijxs de la mayoría de víctimas de violencia de género, también son víctimas del agresor.
Más tarde cursé y aprobé materias, continué con mi trabajo de campo, asistí a congresos y jornadas, luego me separé de esa relación violenta y continué con mi beca, pero luego volví con mi agresor, parí al niño más bello de este mundo e intenté escapar nuevamente, aunque no sabía cómo. Así lo viví, como suena, una especie de torbellino vital, una vorágine que sacudía mi vida personal y mi investigación.
Para ese entonces, en el año 2019 en mi diario de campo ya no sólo cabía el dolor de madres y padres de víctimas de femicidio, ahora uno nuevo se alineaba y, juntos, de una forma oscura, entonaban una melodía similar. Las amenazas, la persecusión, el miedo y el llanto compusieron una sinfonía que permaneció varios años en mi vida, la escuchaba a diario y no sabía cómo acallarla. La violencia psicológica ya no sólo estaba presente en mi vida sino en la de un pequeño que tenía unos meses de vida.
Como “sujeto ubicado” en un sistema patriarcal, no sólo como becaria, ya como mujer, ya como madre, como puérpera, como víctima de violencia en el ámbito doméstico. Todo lo que había leído durante esos años en clases; las teorías y las palabras de las feministas más reconocidas se encarnaban en mis manos, entre mis pechos amamantando y entre mis pies huidizos.
En ese torbellino violento no sólo supe aprender sobre las teorías feministas, mis huesos también aprendieron el lenguaje del terror.
Sin embargo, un día, en compañía de una amiga a quien siempre le estaré agradecida, me fui. Envolví a mi hijo de apenas 3 meses en su fular y mientras mi agresor se bañaba escapé. La perra de la casa nos acompañó a la parada y no pude tomar esa acción más que como un mensaje de que no estaba sola.
Varios años después terminé mi doctorado y junto a mi pequeño pudimos rehacer nuestras vidas, con apoyo psicológico y rodeadxs de una gran red de familiares y amigas.
En este proceso no logramos alejarnos demasiado de la violencia vicaria, esa que arremete no sólo contra la madre, si no que amedrenta a lxs hijxs como una forma de propagación de las agresiones. Se llama «vicaria» porque el agresor busca generar daños emocionales y físicos en las niñeces con el fin de dañar a las madres que, con esfuerzo, hemos logrado escapar de esas garras.
Encarnar el diario de campo fue, entre otras cosas, vergonzoso, porque se cree que las académicas estamos exentas de padecer violencia, como si las teorías y las palabras difíciles nos pudieran proteger del mandato del amor romántico, de los narcisistas y de los violentos.
A más de cinco años de escapar de la casa de mi agresor puedo contar esta historia libremente, sin vergüenzas ni pudores. Si sufrís violencia, no estás sola. Somos muchas sobrevivientes que podemos escucharte.
que bueno que pudiste salir y estes mejor cari. Muy bueno tu escrito a pesar de las verdad que lo inspiro. Abrazo doctora Carrusel siga así
Gracias por tremendo testimonio. A pesar de tanto y de lo que se ve a diario hay algunos que todavía dudan o comentan , y vos que le haces para que se enoje. Y por eso muchas no se animan a denunciar, el que dirán… pesa todavía.